domingo, 19 de abril de 2009

La Sociedad de la impunidad.

Aquí nadie da la cara. Nadie se atreve a dar un paso al frente, a asumir su responsabilidad y a decir públicamente que se ha equivocado. Todos miran hacia otro lado, señalan causas naturales o sistémicas de los problemas o simplemente dicen que lo importante es mirar hacia el futuro y olvidar el pasado. Y si es raro que alguien asuma las culpas, mucho más lo es que se le acabe castigando: estamos en una sociedad en la que el pecado no es cometer un acto delictivo sino que te atrapen.

Quizá por eso se haya popularizado la negación como instrumento de comunicación. Si una empresa es acusada de fabricar productos defectuosos, dice que ha sido una utilización incorrecta de sus productos la que ha causado los problemas; si un petrolero naufraga en las costas gallegas y vierte su carga al mar, se afirma que sólo sale un hilillo; y si una crisis amenaza con hacer fracasar unas elecciones, se asegura que se trata de un desajuste internacional con escasa repercusión interna. Y lo malo, como advierte Enric Ordeix, profesor de comunicación en la Universidad Ramón Llul, es que “esa estrategia a menudo tiene éxito”. Y más aún en política, donde, si ocurre algo inconveniente, “se organizan comisiones de investigación, que estudian lo ocurrido hasta que el interés social se diluye”.

Sin embargo, se trata de una estrategia peligrosa para quien la utiliza, toda vez que requiere, para su efectividad, “que se establezcan muchas complicidades y que los líderes de opinión apoyen plenamente y durante mucho tiempo”. Porque, en otro caso, los resultados serán altamente negativos: negar la crisis, como hizo el gobierno o basar la invasión de Irak en la existencia de armas de destrucción masiva ha sido contraproducente para quienes lo afirmaron, en tanto hubieron de enfrentarse después a la indignación añadida que generó la mentira. Por tanto, afirma Ordeix, “es mucho más útil trabajar desde la gestión del compromiso: buscar alianzas y complicidades, escuchar y conocer las posturas de quienes están en contra de lo que uno pretende y acercarse, incluso físicamente a los problemas”.

Si se actúa así, siempre se sale ganando, como demostraría, asegura Ordeix que las empresas que más en serio se han tomado la responsabilidad social corporativa son las que menos estén sufriendo con la crisis. “Lo vemos con las cajas de ahorros: aquellas que más han invertido socialmente han mantenido mucho mejor su estatus y su prestigio. Y empresas como el Santander han sabido igualmente mantener una reputación ejemplar en el extranjero porque, entre otras cosas, ha sabido comunicar bien la responsabilidad social corporativa”.

Una sociedad "infantilizada"

Pero que esta estrategia comunicativa genere mayores beneficios no quiere decir que los partidarios de la negación total estén de retirada. Más al contrario, su número crece. Quizá porque, como subraya, Enrique Martín López, director del Instituto de estudios de la familia de la universidad Ceu-San Pablo, vivimos en una sociedad infantilizada: “Negarlo todo es comportamiento típico de los niños, con el que pretenden tanto evitar el reconocimiento de la propia culpa como el castigo derivado de ella. Y aun cuando esta táctica sea aplicada por personas adultas con el colmillo muy retorcido, no deja de ser un mecanismo enormemente infantil”.

Lo que no sería, a su entender, más que otra expresión de una de características más negativas de nuestra sociedad. “Nos habían enseñado que los buenos actos se premiaban y los malos se castigaban, pero ahora sólo parece haber premios y derechos. Nadie quiere asumir deberes y obligaciones y, por supuesto, nadie está dispuesto a cargar con las consecuencias de los propios actos”, afirma Enrique Martín, para quien esta infantilización social es la causa principal de una irresponsabilidad tan extendida.

Pero más allá de mentalidades colectivas y de procesos educativos, lo cierto es que vivimos en un entorno que ofrece muchas facilidades a quienes tratan de lavarse las manos ante los problemas. Como advierte Ordeix, “el triunfo rápidamente se individualiza; el fracaso no”. Y ese desvincularse por completo de las acciones fallidas resulta especialmente sencillo en la medida en que los procesos contemporáneos suelen ser colectivos y cuentan con un grado notable de complejidad técnica que dificulta la atribución precisa de responsabilidad. Como asegura Enrique Martín, “cuando hay un accidente de avión buscamos la caja negra para saber qué ha ocurrido. En los problemas económicos y sociales no hay caja negra a la que podamos acudir”.

Numerosos expertos han avisado, bajo la denominación “sociedad del riesgo”, del entorno peculiar en que nos desenvolvemos, allí donde las desgracias acontecen por sorpresa, sin que contásemos con datos para preverlas y sin que sus autores, si es que existen como tales, puedan ser del todo conocidos. Sin embargo, las dificultades para delimitar las responsabilidades individuales no deberían servir, como está ocurriendo, para diluir toda culpa. Y la crisis económica es buen ejemplo. Como señala el catedrático de sociología de la Universidad Complutense, Fermín Bouza, “sabemos lo relativo de toda explicación causal, y más en estos terrenos tan complejos, pero también es cierto que cada vez se están limitando más las posibles causas, hasta el punto que podríamos explicar la crisis a partir de media docena de nombres de empresas”. Además, el análisis de la crisis también dejaría al descubierto, según Bouza, “vicios en el sistema financiero, permisividades excesivas en el político y propuestas absurdas en el ideológico, como esas filosofías neocon del todo vale”.

La acción penal, despenalizada

Ahora bien, que sepamos todo eso no implica que se le ponga arreglo: estamos esperando que las disfunciones del sistema financiero se corrijan, que dimitan los políticos que lo consintieron y que se meta en la cárcel a esos responsables directos que, además, se lucraron con sus acciones. Sin embargo, apenas nos encontramos más que con declaraciones de intenciones que raramente se concretan. Y es que, como apunta Bouza, “en tanto el delito financiero no está regularizado más que como fraude documentalmente constatable, cualquier otra acción se justifica como problema técnico y queda fuera del ámbito de acción penal. No hay una legislación eficaz contra esta clase de delitos…”

Que falten las normas que permitan enjuiciar y castigar determinadas acciones es consecuencia, a veces, de falta de previsión legislativa, pero, en otras, es plenamente intencionado.. En ocasiones, porque supone establecer una nueva regulación en un ámbito muy complejo donde compiten intereses muy enfrentados. Así, señala Bouza, el hundimiento del Prestige no sólo tuvo que ver con las acciones del armador, del capitán del buque y de los políticos que tomaron las decisiones, sino que está relacionado con la regulación del paso de los petroleros por el Atlántico, algo que es mucho más complicado de arreglar. En segundo lugar porque, en ocasiones, delimitar responsabilidades implica consecuencias perjudiciales para el propio encargado de investigar los hechos. Así, “si se dictaminase que hubo espionaje interno en la Comunidad de Madrid y se llegaran a conocer los responsables, se causaría un gran perjuicio a la estructura del PP, con lo que es probable que nos quedemos sin saber lo que ocurrió”. Y, en última instancia, también nos encontramos con “zonas de la realidad que no conocemos y que quienes están en el poder no quieren que conozcamos, en general relacionados con la acción de los servicios de inteligencia del Estado. “Nunca sabremos que ocurrió en casos como el del incendio del hotel Corona de Aragón (una familiar de Bouza falleció en él) porque no se ha investigado, probablemente por cuestiones de Estado”. Pero hay más casos. “A ver quién le pone el cascabel al gato del Windsor, algo que probablemente quedará para la imaginación de escritores o de periodistas osados”.

Pero sean cuales sean las causas, lo cierto es que, como señala Enrique Martín, tanta impunidad termina siendo “una fuente de enorme preocupación para el ciudadano medio. Hechos como la liberación del delincuente que asaltó con su banda la casa de José Luis Moreno (en la que la policía señala al juez como responsable y viceversa) generan mucha intranquilidad”. Quizá por ello, se extiende en la sociedad la percepción de que hay no responsables, de que quien la hace no la paga.




Esteban Hernández / http://www.elconfidencial.com/

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