lunes, 13 de abril de 2009

La doctrina social de la Iglesia.

La Iglesia está en consonancia con el ritmo de la época

Puede afirmarse que uno de los aspectos centrales de la doctrina social de la Iglesia con respecto a la vida económica, tiene que ver con el tema de la pobreza y la riqueza.

Una de las primeras alusiones la hallamos en el libro de los Proverbios (22, 2): El rico y el pobre tienen algo en común: a los dos los ha creado el Señor”, y en toda la tradición bíblica se encuentra que los bienes económicos y la riqueza no son condenados en sí mismos, sino por su mal uso. Las estafas, la usura, la explotación, las injusticias evidentes, especialmente con respecto a los más pobres, son condenadas y consideradas abominables a los ojos de Dios (Os 4, 1-2).

En nuestro tiempo, el Catecismo de la Iglesia Católica (2269) establece que en la actividad económica y financiera la búsqueda de un justo beneficio es aceptable, pero el recurso a la usura está moralmente condenado. Por otra parte, la primera bienaventuranza nos recuerda que la pobreza evangélica es una opción de vida en la que “rico” es aquel que pone su confianza en las cosas que posee, más que en Dios; y la pobreza se eleva a valor moral cuando se manifiesta como humilde disposición y apertura a Dios, poniendo la confianza en Él. Así, podemos tener abundancia de bienes materiales y ser pobres, o tener escasos bienes y ser ricos.

Para la iglesia “los bienes, aun cuando son poseídos legítimamente, conservan siempre un destino universal. Toda forma de acumulación indebida es inmoral”, puesto que conlleva actos de injusticia evidente y porque “el amor al dinero es raíz de toda clase de males” (1 Tm 6, 10). Pero no debe malinterpretarse esto afirmando que el dinero es diabólico o algo semejante, puesto que la tradición bíblica manifiesta aprecio a los bienes materiales y, en ocasiones, la abundancia es vista como una bendición de Dios.

En la visión de san Juan Crisóstomo, las riquezas pertenecen a algunos para que éstos puedan ganar méritos compartiéndolas con los demás, y san Gregorio Magno dirá que el rico no es sino un administrador de lo que posee.

El Catecismo de la Iglesia Católica, en su apartado 2429 dice que “cada uno tiene el derecho de iniciativa económica, y podrá usar legítimamente de sus talentos para contribuir a una abundancia provechosa para todos, y para recoger los justos frutos de sus esfuerzos”, lo cual nos lleva directamente a lo relativo a las empresas. En este contexto se entiende que la empresa debe caracterizarse por la capacidad de servir al bien común de la sociedad mediante la producción de bienes y servicios útiles, que no debe “estar encerrada en los interese corporativos” y que, de acuerdo con lo que Juan Pablo II señala en su carta encíclica Centesimus annus, debe “tender a una ecología social del trabajo contribuyendo al bien común”.

En este mismo documento, Su Santidad expresó que en el desarrollo empresarial solidario están implicadas virtudes importantes, como son “la diligencia, la laboriosidad, la prudencia en asumir riesgos razonables, la fiabilidad y la lealtad en las relaciones interpersonales, la resolución de ánimo en la ejecución de decisiones difíciles y dolorosas, pero necesarias para el trabajo común de la empresa y para hacer frente a los eventuales reveses de fortuna”.

La doctrina social insiste en la necesidad de que el empresario se comprometa a estructurar la actividad laboral en su empresa de modo que favorezca a la familia, especialmente a las madres en el ejercicio de sus tareas, y que satisfagan la demanda de calidad de la mercancía que se produce y se consume, la calidad de los servicios públicos que se disfrutan, del ambiente y de la vida en general.

De acuerdo con esto, el papel del empresario es de importancia central desde el punto de vista social, porque se sitúa en el corazón de la red de vínculos técnicos, comerciales, financieros y culturales que caracterizan la realidad actual de la empresa. Y los trabadores han de corresponder con su trabajo bien hecho, pues sin ellos la empresa nada tiene que hacer.

La Iglesia está en consonancia con el ritmo de la época; sus manifiestos son, como vemos, recomendaciones con las que toda sociedad puede convertirse en un auténtico paraíso terrenal; todo está en aceptar la responsabilidad que a cada quien corresponde. Que el Señor nos bendiga y nos guarde.

Antonio Lara Barragán Gómez OFS
Escuela de Ingeniería Industrial
Universidad Panamericana
Campus Guadalajaraalara(arroba)up.edu.mx

www.informador.com.mx

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